¿Qué es la dependencia emocional?
Si has llegado hasta aquí, imagino que te ves, o te llevas viendo una buena temporada e incluso echando la vista atrás, toda tu vida, con una serie de rasgos que te lo hacen pasar tremendamente mal y sintiendo una angustia obstaculizante en tus relaciones de pareja.
Vamos a darle forma. Puesto que es un malestar tan agudo y a la vez tan continuado, tratemos de entenderlo y, por qué no, desde ahí, comenzar a dar pasos hacia la liberación.
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¿Qué es exactamente la dependencia emocional?
Sin ponernos excesivamente técnicos, se trata de una serie de rasgos de personalidad adquiridos desde la primera infancia y acentuados a lo largo de tu historia y las relaciones que la han acompañado. Estos rasgos, de forma general, se caracterizan por la necesidad de estar con una persona en concreto (habitualmente la pareja), sintiendo una ansiedad e intranquilidad casi constante ante la distancia, la no “disponibilidad inmediata” o la ausencia de pruebas y manifestaciones explícitas de que la persona sigue ahí y “se acuerda de mi”. Ansiedad que tiende a reducirse ante su presencia, lo que lleva a necesitar cada vez dosis mayores de dicha persona y, por ende, a cronificar dichos síntomas.
La dependencia emocional, como he dicho, son rasgos que acompañan a la persona. A pesar de que determinadas parejas o situaciones vitales pueden favorecer que ésta se agudice o se estabilice, vamos a entender las diferentes formas de manifestarse en uno mismo y en los diferentes momentos o estadios relacionales en los que nos encontremos:
Estoy en una relación sana
Es uno de los escenarios que más te puede ayudar a trabajar estas sensaciones y pensamientos tan desagradables. Aun así, y a pesar de los sólidos cimientos en los que se sustente tu relación, puedes sentir con frecuencia el miedo a que la relación se acabe (no como un miedo de fondo y coherente a estar bien en pareja, si no como un recordatorio recurrente que te lleva a estar en alerta).
Te puedes identificar con estar constantemente cuidando y atendiendo cada detalle, posiblemente lo hagas con gusto, aunque quizás haya situaciones donde eches de menos “relajarte”, no ser el que ni la que siempre sostiene un clima ideal.
O quizás sea el sentimiento de culpa más recurrente de lo normal, que te invita a priorizar las necesidades del otro y a obviar o rebajar cualquier sentimiento de molestia y enfado que puedan llevar a una necesaria y saludable discusión.
Estoy en una relación problemática, en una relación tóxica
Este, por el contrario, es el escenario más habitual y el que más puede complicar no sólo tus vivencias emocionales inmediatas, si no la cronificación de la dependencia, la generalización de la misma a otras relaciones y toda una serie de síntomas asociados a ésta (bajo estado de ánimo, irascibilidad, abandono de otras áreas, problemas con familia y amigos…).
En función del grado de conciencia en el que te encuentres al respecto, puedes identificarte con la extrañeza en cuanto a las opiniones de tu círculo más cercano con respecto a tu pareja, sentir que no le o no la conocen lo suficiente, que no entienden el porqué de sus actos y que se equivocan en su percepción generalizada. Entrar a justificar e incluso discutir con este círculo cada uno de los momentos que te hacen daño (objetivamente dañinos), llegando a verte dándole verdaderas vueltas de tal forma que acabes siendo tú el o la responsable de los errores ajenos y de tu propio sufrimiento. De alguna forma “provocaste” esa reacción, esas palabras o esa conducta indeseada. Llegado un punto en el que elijas dejar de compartir con tus amigos y familia, puesto que “vuelves a ser tú el o la culpable de que no le tengan especial cariño”.
Cuando logras finalmente priorizarte, darle voz a tu malestar y exponer los cambios que necesitas, incluyendo la cercana ruptura, tu cuerpo parece entrar en un momento de crisis total, donde todo parece derrumbarse. Lo que llevas unos días pensando y acabas de poner sobre la mesa ya no tiene ningún tipo de sentido, y donde el sentimiento de amor y necesidad del otro no sólo se siente con una intensidad total, si no que “sana” (más bien justifica y nubla) cualquier motivo ante el que protegerte y alejarte que hayas podido sentir. La relación vuelve a un estado de fusión muy alejado de su cese y da comienzo a un nuevo y cíclico círculo de creciente malestar.
Cualquier movimiento de tu pareja es digno de análisis y desconfianza, desde los más extraños y con una clara historia de aprendizaje, hasta aquellos más normativos sin complicación o “fondo oscuro”. Quizás te veas entrando en graves conflictos en relación con la búsqueda de información e “interrogatorios” con respecto a los segundos, mientras que los primeros, acaban quedándose sólo en tu mente. Acaba por ser un fuego encendido que elijes rumiar y sufrir, pero que acabas por dejar a un lado sin una confrontación explicita y, posiblemente, más que necesaria.
No tengo pareja
No parezco encontrarme nunca “a gusto”, tranquilo o tranquila, sintiendo constantemente que me falta algo e idealizando que todo sería redondo si esta área también se completase.
O, por el contrario, en ocasiones es duro ponerle nombre o reconocer que quizás estos sean mis pensamientos y sensaciones al respecto, con lo que lo disfrazo de razones “rígidas”, excesivas e incluso de tirar por tierra todo lo que tenga que ver con el escenario contrario al que me encuentro. Se idealizan términos como <<libertad y ausencia de problemas>> asociados a la soltería, y se demoniza lo opuesto, lo conflictivo y angustiante que se torna el tener pareja. Identificando (más bien en voz alta únicamente) el tener una relación con una situación problemática de la que todo el mundo habría de liberarse. ¿Podemos encontrar aquí a los autodenominados haters del amor?
Esta asociación de pareja igual a problema, se crea precisamente en sufrimientos de rasgos de dependencia que la persona pone en marcha cuando comienza a cultivar algo; o en otras ocasiones, y libres de dichos rasgos, por momentos o experiencias muy dolorosas que aún no han logrado elaborarse.
Dependencia emocional tras una ruptura
Los momentos iniciales son muy complicados para el 100% de la población. Esté sujeta dicha ruptura a desamor, desgaste o verdaderos conflictos, será necesario elaborar un duelo con respecto no sólo al amor “romántico” que pueda seguir existiendo, si no ante el apego y lo novedoso de la situación (incluso siendo dicha novedad positiva y saludable).
Sin embrago, si cuentas con rasgos de dependencia emocional, te has podido encontrar analizando en bucle (durante semanas y meses, no sólo en los momentos iniciales) los motivos de lo ocurrido, idealizando todo aquello que tenías y buscando tu única responsabilidad (culpa) en que esto se haya acabado, obviando los verdaderos motivos por los que la ruptura puede ser más sana que la situación anterior, simplemente aceptando que las personas tienen, tenemos derecho a comenzar y finalizar una relación en el momento que así lo consideren.
Ejecutando conductas de control desde las más habituales como comprobar horas de conexión, analizar estados “en línea” simultáneos de tu ex con personas que siempre te generaron desconfianza, analizando sus redes sociales como si de una labor de investigación se tratase, seguir con un contacto excesivo e incluso incrementarlo con su círculo más cercano en busca de información… o llegando a conductas más extremas y problemáticas, que incluso pueden ser tipificadas como delito: acudir reiteradamente a su casa o lugares donde sabes vas a encontrarte “casualmente” con él o ella, no desvincular determinadas cuentas compartidas de forma que tengas acceso directo a sus movimientos, escribirle y llamarle reiteradamente para mostrarle que debéis estar juntos de nuevo o pidiéndole nuevas oportunidades, oscilando estos contactos entre momentos de sufrimiento y llanto, con otros cargados de ira y exigencias.
En cualquiera de los casos, no aceptando la nueva realidad y moviendo todas las fichas en favor de que ésta vuelva a lo anterior, no respetando la libertad como individuo del otro.
Es importante destacar que, a pesar de que las conductas y la gestión sea más o menos saludable y respetuosa con uno mismo y con el otro, siempre siempre siempre está movilizada por un profundo sufrimiento. Esto no debe hacernos justificar determinados hechos y, por supuesto, debemos favorecer una contundente negativa a los mismos. Pero además, en paralelo, debe ayudarnos a acompañar, poner límites y guiar a esa persona desde el núcleo, desde el entendimiento de ese dolor.
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¿Cómo se llega a este punto si entiendo perfectamente que no debería sentirlo así?
Necesitaríamos diferenciar aquí el plano más racional sujeto al entendimiento, a aprendizaje consciente e información considerada lógica, sana y aceptada socialmente; con nuestro plano más emocional sujeto a un aprendizaje vivencial, un aprendizaje empapado de automatismo y emociones de todos los tipos, en este caso: emocionales muy desagradables de la mano de las relaciones interpersonales, de lo que éstas deberían significar y de lo que, por ende, aprendemos a merecer y vivir.
Todo lo anterior se resume en nuestra historia de apego. El apego es todo un mundo, por lo que lo dejamos para futuros blogs. De forma resumida debemos entender que tal y como aprendimos a vivir y relacionarnos con nuestras figuras de referencia en nuestra primera infancia, será como asumamos que debemos relacionarnos con el mundo, con los demás y con nosotros mismos.
¿Quizás echando la vista atrás te recuerdas sin tener un afecto evidente y constante, y a veces teniendo miedo a ver o no ver ese día o a saber cuántos días a dichas figuras de referencia? Hoy viviré con ansiedad y miedo la no disponibilidad constante del otro, cada movimiento lo interpretare y viviré con incertidumbre.
¿Es posible que recuerdes estos primeros años en relación a tus figuras de apego con mucha tensión, explosiones de ira e incluso miedo a su presencia por el daño asociado? Es probable que hoy desees tener un vínculo, pero lo boicotees desde la desconfianza total y absoluta pues todo mi sistema ha aprendido que una relación de intimidad y cercanía es una relación dañina y maltratante, me dará pánico exponerme a dicho sufrimiento.
Existen millones de variables que, en relación a otras, ha podido desembocar en un estilo de aprendizaje y apego de origen. No todas las situaciones resultan inequívocamente en un aprendizaje y estilo de apego, si no que éste habrá de analizarse y estudiarse en profundidad.
¿Cómo viven los diferentes estilos de apego las relaciones amorosas?
Lo podemos resumir de la siguiente forma
Apego seguro
Las relaciones son confiables, me quieren y quiero de forma segura, tranquila y complementándonos. De la misma forma, vivo con seguridad nuestras áreas vitales y momentos en los que cada uno tiene independencia total. Soy consciente que te elijo, y te elijo con fuerza por lo que nos aportamos, pero no te necesito y, si esto acabara, lo sufriría mientras continúo saliendo adelante y superándolo.
Apego ansioso
No tengo claro que pueda confiar en ti y en lo que hemos construido, por lo que de forma más o menos sutil, te pongo constantes pruebas de lealtad y amor. Prácticamente cada movimiento lo analizo bajo el filtro: ¿me quieres y priorizas? En paralelo, puedo atender todas tus necesidades de una forma maravillosa que prácticamente ni tu logres hacer contigo mismo, de esta forma probabilizo que entiendas lo necesario o necesaria que soy en tu vida y disminuyo las opciones de que algún día me abandones.
Apego evitativo
Tengo sentimientos hacia ti pero me da miedo llamarlos amor. Me da pánico la responsabilidad que tengo en la relación, por lo que si puedo aplazar llamarla así, mucho mejor. Así me aseguro no fallarte y que no me falles. El compromiso me paraliza y agobia, pues lo confundo con la pérdida de mi autonomía e individualidad. Me cuesta confiar en ti y en que la relación me puede aportar cosas, pero no te lo mostraré con emociones como miedo. Al contrario, me mostraré muy segura y seguro y seré yo quien se aleje y mantenga constantemente la distancia emocional.
Las relaciones de dependencia pueden vivirse desde los diferentes estilos de apego, siendo la relación más habitual y dolorosa (que no obligatoriamente dañina en si misma) la que se establece entre dos estilos de apego opuestos: el apego ansioso y el apego evitativo.
Mientras que el primero hace inmensos esfuerzos por acercarse, el segundo más se agobia y reitera que va a perder su autonomía, con lo que mas huye. Esta protección desde la huida lleva a la persona con un apego ansioso a confirmar su miedo “me huye, me abandona” y más trata de acercarse. El círculo vicioso en el que se hayan genera mucho dolor a ambos, así como daña la propia relación.
¿Algún día lograré vivir las relaciones de otra forma?
Así es. Como he mencionado en diferentes ocasiones, nuestra forma de vivir el amor y las relaciones interpersonales es aprendida. La hemos aprendido desde que somos muy pequeñitos, y en estadios posteriores y en base a lo primero, la hemos cronificado o, en ocasiones, la hemos pulido.
Por lo tanto, nos tocará entender de donde proviene ese aprendizaje, darle voz, dejarnos sentirlo con la distancia actual y, con estos conocimeintos y tomando perspectiva, dejarnos vivir las nuevas relaciones como lo que son: nuevas relaciones de las que nutrirnos, poner límites y aprender minuto a minuto.
¿Qué puedo hacer para superar la dependencia emocional?
Observarte, conocer cómo tiendes a actuar y ante qué estímulos.
Entender cuál es el fin de dicho movimiento (¿nutrir la relación o solo calmarme a corto plazo?)
Encontrar paralelismos, ¿he vivido esto antes?, ¿cómo?, ¿con quién?, ¿por qué?
No confiar con los ojos cerrados en el automatismo de tu mente y de tu cuerpo a la hora de interpretar y sentir los “peligros” de la relación. Para, reflexiona, elije y actúa
Invertir tiempo en ti, aumenta las actividades tanto en solitario como con tu red social sin la necesaria presencia de tu pareja
Aprende a decir “no”, y aprende a discutir a sabiendas de que esto puede fortalecer la relación, en lugar de tragar cualquier malestar por miedo al conflicto y la separación
Estar en el presente, ni en el pasado actuando frente a “fantasmas” que se me activan constantemente de vivencias anteriores; ni en el fututo tratando de controlar o lidiar con peligros que aún no se han dado y puede que nunca se den.
Y, fundamental, déjate sentir. No vayas corriendo a apagar la inseguridad, miedo o ansiedad que se pueda presentar en diferentes situaciones. Vive los momentos, las palabras y los hechos tal y como son. No como te gustaría que fueran ni como te da miedo que puedan ser.
Y, por supuesto, si esto no es puntual o si aun siéndolo, te está haciendo mucho daño, acude a un profesional en busca de ayuda psicológica. Siempre se está a tiempo de mejorar nuestro estado emocional y vital.
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