Las personas que nos dedicamos a la salud mental, en este caso como psicóloga, arrastramos a nuestra vida personal una serie de condiciones que manejamos en la práctica clínica diaria. O mejor dicho, hay una serie de condiciones personales que nos llevan a acabar ejerciendo en determinado sector, en este caso, en el del acompañamiento y cuidado del otro en busca del equilibrio emocional.
Bueno, creo que continuar en la búsqueda de si vino antes el huevo o la gallina… nos aleja de lo verdaderamente importante. ¡A lo que iba!
Es muy habitual que tanto amigos y familiares, como colegas, amigos de amigos o meros conocidos momentáneos (compartiendo un viaje o una actividad cualquiera), debido a determinadas características relacionales, así como al hecho de conocer cuál es nuestra profesión, se permiten tratar de dar luz a algo que, posiblemente, lleve tiempo de fondo:
Oye Andrea, y ¿cómo se si debo ir al psicólogo? o más directos aún; “Entonces, ¿tú crees que tengo que ir?” o la derivación total del agobio que a veces supone dar el paso: “Osea, tú si fueras yo, ¿irías no?
Al oír esto, me es inevitable mostrar un amago de sonrisa cercana, de entendimiento y, por qué no decirlo, de admiración. Creo que el mero hecho de que alguien se plantee esto es lo suficientemente valioso como para obtener una clara respuesta:
Hazlo, no sé si es el momento, pero sin duda, es buen momento.
¿Mi sonrisa cercana?
De empatía, de agradecimiento por haberte parecido lo suficientemente transparente como para mostrarme una duda tan profunda y tan humana. Una sonrisa cercana de “te entiendo, cuántos y cuántas veces hemos pasado y pasaremos por ahí”, y una sonrisa cercana de “esto no es extraño, esto es lo más normal del mundo, no tengas miedo”.
¿Mi sonrisa de admiración?
De observar cómo, si te permites no sólo planteártelo si no decirlo en voz alta y a un ajeno, es porque estás casi ahí. Estás a puntito de dar ese paso que tras esfuerzo, constancia y valentía en cuanto a exponerte al autonocimiento profundo, y a mostrar todo lo que sientes, piensas y haces a otro, te llevarán a ese estado, a ese “lugar personal” en el que sentirte satisfecho y conectado a una vida con valor, una vida que te permita vibrar con lo verdaderamente importante.
¿Por qué es casi automática esa respuesta de “es buen momento” aún sin profundizar en qué está pasando?
Vamos a observar otros ejemplos de tu día a día y veamos qué ocurre. Te propongo algo, tras leer mi pregunta, ¡para!, date unos segunditos para responderla por ti mismo y, luego sí, continúa leyendo.
Vamos a ellos…
¿Cuándo te planteas/plantearías si es buen momento de ampliar la familia?
O bien cuando estás muy bien con tu pareja y este deseo de ser padre y madre coincide en el tiempo; o a la inversa, cuando parece que “toca” (sí, por desgracia, muchas veces sigue acuciando más el “toca” que el “¿quiero?”) pero no te encuentras cómoda o cómodo con dicha idea, con lo que conlleva o con la persona con la que formarías esa familia.
¿Cuándo te planteas/platearías si es buen momento para hacer actividades nuevas?
Cuando te notas un poco aburrido o habituado a las de siempre, o cuando necesitas estimulación nueva, personas nuevas, un cambio de aires.
¿Cuándo te planteas/plantearías tomarte una excedencia y un año sabático en el que irte a la otra punta del mundo?
Cuando no puedes más, cuando estás cansado y cuando sientes que te lo mereces, que llevas años invertidos en mucho esfuerzo y que es el momento de disfrutar de sus frutos desde una desconexión plena. O bien, cuando necesitas “huir” y a la desesperada es lo único que sientes que te alejaría de todo.
Más allá de lo recomendable que sería atender particularmente a estas preguntas y a cualquiera de sus respuestas, de todas ellas extraemos un denominador común: las personas nos planteamos hacer algo diferente y que no solemos hacer en el día a día cuando las circunstancias que nos rodean parecen dejar de ilusionarnos, nutrirnos o hacernos felices.
¿Alguna vez te has planteado un cambio de look sintiéndote guapísimo y en tu mejor momento?, ¿Y cambiar de coche cuando te encanta el tuyo y nunca te ha dado un problema?, ¿Y dejar una relación en la que te sientes querido, respetado y disfrutas de su compañía en todos los sentidos?
Las personas nos planteamos cambios o pasos que nos lleven al cambio cuando “notamos” aunque no logremos verlo con certeza, que algo no va bien, que esto que tengo y vivo aquí y ahora, no es lo que quiero tener y vivir en el futuro.
De hecho, vamos a darle una vuelta a la pregunta. Qué te parece si en lugar de preguntarte: “¿Debo o necesito ir al psicólogo?” te planteas “¿Me vendría bien ir al psicólogo?”
La primera pregunta me puede resultar estresante incluso a mí, ¡qué presión!, ¡cómo no elija bien, la estoy liando! A parte de muy dudosa: el deber, tener o necesitar implicaría asumir que sí o sí existe una problemática grave… ¡qué estrés!
Sin embargo, la segunda pregunta nos da un camino mucho más amplio, nos da un espacio en el que tomar una decisión sin presiones y sin dar por hecho que el tomar una buena decisión será decisivo.
Tengamos claro algo: ir a terapia no conlleva inevitablemente un problema grave o de salud mental; ir a terapia puede abarcar eso, y también puede ser un contexto en el que ayudarnos a gestionar de forma más útil, agradable y oportuna. Si hay un problema grave o no, ya lo veremos juntos. No te toca a ti analizarte, diagnosticarte y tirar de absolutamente todo y, por supuesto, con éxito. Una vez más… ¡Qué estrés tanta demanda y con tal nivel de exigencia!
No obstante y si a pesar de esto necesitas tener criterios más concretos para dar el paso o para eliminar por completo de tu mente la duda de si debes ir a terapia:
¿Cuándo sí deberíamos ir a terapia?
- Si acabas de vivir una situación dolorosa, estás en ello, o está por llegar de forma inminente
- Si eres consciente que necesitas hacer algo, pero no logras dar el paso
- Si vives determinados aspectos del día a día con una agitación y una ansiedad desbordante, aunque te hayas hecho a ello
- Si te notas estancado, bloqueado
- Si te encuentras mal constantemente y no hay ninguna causa medica que pueda atenderlo
- Si estás triste
- Si acabas de tener un repentino cambio de vida y te notas “a medio gas”
- Si llevas un periodo en el que ni sientes ni padeces, para bien o para mal
¿Qué no debe frenarnos en ir a terapia?
- Creer que podemos con todo
- Pensar que hay cosas peores
- Dar por hecho que si no puedo solo, es que soy débil
- Vergüenza
- Miedo a que no me entiendan
- Pensar que no hay solución, que la vida es así
- Yo no estoy loco, no tengo ningún problema
En resumen, si estás leyendo esto… puede ser un buen momento.
Nadie estaría invirtiendo 10 minutos de su vida en leer a una desconocida hablando de psicología si no espera encontrar en sus palabras un rayito de luz o algo a lo que aferrarse. Ese bastón al que aferrarse, muy a mi pesar, no se haya en un blog o un libro por profundo que sea o por más que se haya escrito con el mayor mimo del mundo. Ese bastón y ese rayito de luz está en un proceso en el que tú y tu vida sea el protagonista, todo lo demás, meros acompañantes y facilitadores.
El profesional con el que te encuentres deberá ser hábil a la hora de captar qué ocurre, así como honesto a la hora de guiarte en lo que será un proceso de medio o largo plazo de trabajo, o de darte una serie de sesiones de acompañamiento que, en pocas semanas, dejen esto atrás.